MARCELA: "HEMOS VENCIDO Y PUEDO CONTARLO"
Relato participante en el concurso Nuestros Héroes de ZENDA LIBROS
Amanecía un día más en aquel
pequeño municipio castellanomanchego, ubicado en la provincia de Ciudad Real,
era un día lluvioso y frío, el invierno agudizaba a falta de escasas semanas
para dar la bienvenida a la primavera.
Marcela, solía levantarse muy
temprano, con el cántico de Goyo, el gallo dominante del corral que regentaba, ubicado a tan solo unos metros del domicilio. Se levantó
apresurada, producto del ruido constante, que la gotera, situada en la rudimentaria cocina, generaba al golpear en el fondo de la cubeta que la noche anterior había dejado
preparada. Como si de un ritual se tratara, se dispuso a preparar el café y una tostada con
una pequeña cucharada de aceite, que le permitían sobrellevar sus ajetreadas mañanas. Se
predisponía a un día intenso, pues iba a celebrar su octogésimo cumpleaños,
siempre había presumido de una salud envidiable, de hierro, como decían sus
vecinos del pequeño municipio. Era conocida por todos, sus deambulantes paseos, con aquel vetusto carro en el que trasportaba las hortalizas, así como los
arreglos de botones y cremalleras que realizaba a los vecinos de la localidad,
le hacían ser una persona muy querida y apreciada por los lugareños.
Aquella tarde del viernes 13
de marzo de 2020, Marcela irradiaba felicidad, fueron muchos los vecinos que se
acercaron a su casa para festejar, junto a ella, su ochenta cumpleaños. En el
encuentro, comentaban con incertidumbre e inquietud, las posibles medidas que se estaban estudiando por los dirigentes políticos con motivo de
hacer frente a un alarmante incremento exponencial en la propagación de la
pandemia que azotaba al mundo, y que especialmente comenzaba a hacer
estragos en Europa. La Covid-19, marcaría sin lugar a dudas, un escenario sin
precedentes tras las II Guerra Mundial.
Al atardecer, cuando los
vecinos se marcharon, Marcela se sentía cansada, había sido un día muy intenso.
Como cada noche, se preparó un vaso de leche caliente con miel y metida en la
cama, dirigió su mirada a la fotografía de Manuel, su difunto esposo, que como siempre, en el sigilo de la noche, le
acompañaba sobre aquella mesilla situada al lado derecho del cabecero
de su cama.
Al día siguiente, Marcela despertó nuevamente con el fuerte cántico de Goyo, y como si de un coro celestial se
tratase, su canto era escoltado por multitud de pájaros autóctonos. Al dirigirse al corral para echar de comer a las gallinas y recoger las
hortalizas, Marcela quedó exhausta ante el sepulcral silencio que desolaba la
calle, tan solo roto por el cantar de mirlos y gorriones, que al alba acudían a recibir su porción de comida.
Marcela, se sentía cansada,
con las piernas entumecidas y una leve sensación de mareo, que achacó al día
anterior, puso a calentar un caldo y tras tomarlo, se metió en la cama. Horas
más tarde despertó, se sentía agotada, con apenas fuerzas para levantarse de
la cama y dirigirse al baño. Después de un descomunal esfuerzo consiguió hacerlo, notaba el ardor de su frente, y continuos
escalofríos, una fuerte sensación de asfixia que se incrementaba con el pasar
de las horas.
Al atardecer, su vecino
Nicolás, estudiante de cuarto año de Grado en Trabajo Social, que al igual que
otros jóvenes, había regresado al pueblo tras quedar suspendidas las clases y
ser decretado el Estado de Alarma, preocupado por no haber escuchado aquella
tarde el fuerte chirriar de la puerta del corral de Marcela, acudió apresurado
a su domicilio, llamó insistentemente a la puerta, pero no hubo respuesta. Seguidamente, golpeó la ventana y tras no haber señal alguna, se dispuso a
entrar en el domicilio con una copia de la llave que custodiaba su familia.
Nicolás, no dejaba de gritar su nombre de manera ininterrumpida. Al pasar a su habitación, la encontró
tendida en la cama, seminconsciente, con las mejillas sonrojadas y hendidas. Desasosegado, telefoneó al 112. Los sanitarios acudieron con inmediatez, con
sus precarios atuendos, pero quizás con la armadura más fuerte, la de la
predisposición y voluntad y la colaboración humana, digna de todo héroe.
Marcela, fue trasladada en
camilla, instantes previos a pasar a la ambulancia, clavó su mirada en Nicolás
y esbozando una tenue sonrisa, inundó de esperanza su rostro acongojado.
Con el paso de los días el
estado de Marcela fue mejorando, ya no precisaba de respirador y pocos días después, entre
aplausos de los diferentes profesionales sanitarios, abandonó la Unidad de
Cuidados Intensivos para ser trasladada a planta.
Marcela era consciente de lo
afortunada que había sido, pese a su longevidad, que le situaba en un perfil de mayor riesgo ante la infección respiratoria ocasionada por la Covid-19, tenía esperanza, ilusión y una
expectativa de vida a la que aferrarse.
Cuando se repuso y abandonó el
hospital, realizó un comunicado dirigido a Nicolás y a los profesionales por los que fue
atendida y le habían salvado la vida:
“Sois unos héroes, no
necesitáis capa, no necesitáis poderes especiales, sois héroes y hoy estoy aquí
gracias a vuestra colaboración y predisposición profesional y humana, la que os otorga una auténtica heroicidad”.
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